Por el Dr. Thebussem 1888
Así como las mujeres se dice que escriben una carta para añadirle después una posdata, de la Mesa Moderna se dice que da de comer para que le dejen echar un brindis
En el teatro antiguo los hombres no se dirigían a sus semejantes sino con la cara tapada: en el teatro moderno las gentes parece que no pueden hablar sino con la
boca llena. El brindis, pues, no es un incidente de las comidas, sino una institución. Merece ser estudiado.
En las mesas de príncipes y magnates, así como en los banquetes públicos, no se llama brindis al acto de brindar, sino hacer o dirigir un toast; porque el influjo de la cocina francesa, que en ellos domina, ha introducido, con su fraseología especial, el uso de esta voz, cuya equivalencia en castellano es cuscurro. Toast, sin embargo, aun cuando palabra francesa, no es de origen francés para los brindis, sino inglés y significa tostón; aludiendo al pedazo de pan tostado que los antiguos
ingleses echaban en el fondo de la copa de cerveza, para obsequiar con él al último que bebía a la salud de todos. Dedicar, por consiguiente, un toast o un tostón por la ventura de alguien o de algo, fue el origen de los brindis modernos, que han conservado su nombre a pesar de haber perdido lo suculento y gustoso del cuscurro.
Pero ¿qué monarca o magnate, sobre todo español, se atrevería a levantarse en medio de un festín, tomar en su mano una copa, y dirigiéndose a un monarca o príncipe extranjero, gritarle: ¡Mendrugo!? -
Grítale ¡Toast!, que es lo mismo, y todos se quedan tan contentos.
Antes de pasar adelante hemos de referir una anécdota que, aun cuando muy conocida, es posible que ignore alguno.
Cuéntase de Ana Bolena, cuya hermosura ha pasado a la historia revuelta con sus desdichas, que un día tuvo el capricho de bañarse en presencia de los caballeros de su corte.
Eran cosas del tiempo. Uno de los que la rodeaban, admirado de su sin par belleza, cogió una copa, y llenándola de agua del baño, comenzó a beberla, ofreciendo un toast a sus amigos por la salud de la linda soberana. Hubo entre los circunstantes quien se negó a beber, e interpelado por los otros sobre su extraña conducta, dijo: "Yo quisiera reservarme el tostón."
Hay, en efecto, hacia el fondo del vaso cierto atractivo misterioso para los bebedores. Cuando se bebe en ronda, todos quieren ser el último; el propio agasajado por el brindis acostumbra a decir: "después de usted;" y si hay damas entre la concurrencia, se juzga el más feliz el postrero que bebe, porque "se apodera de los secretos de todas."
La costumbre de brindar es muy antigua. Los griegos y los romanos bebían en sus banquetes por la salud de sus amigos o de la patria, si bien entre romanos no
se tenía el hecho por original, cuando el brindis se llamaba "beber a la usanza griega". Graeco more bíbere equivalía en la ciudad de los Césares al toast de la ciudad de los Lores.
Sabido es que la manifestación primordial de las religiones de los pueblos eran los banquetes sagrados.
Verificábanse en los templos, en las plazas públicas o en los recintos donde residía la autoridad ciudadana.
Los comensales se elegían entre los varones más eminentes, y se llamaban parásitos; nombre que de religioso ha venido a trocarse en ridículo, desde que, perteneciendo a los que comían por deber, ha pasado a los que comen de gorra. Allí los parásitos, que representaban a la ciudad, elevaban plegarias a los dioses por la salud común y la dicha de la patria; lo cual se verificaba bebiendo y comiendo con sujeción a un ritual prescrito de antemano. Porque los menú s son tan antiguos como los hombres;
Si pues de tan arriba nos viene la solemnidad del comedor, la etiqueta del traje, la prescripción del menú, y todas las reglas ceremoniosas de la comida, lícito nos es convenir en que los toast de ingleses y franceses contemporáneos, no son sino las mismas plegarias modificadas de Ausones y de Oscos casi prehistóricos.
Carecemos de tiempo ahora para compulsar el Mahabharata y ver si en la mitología de la India brindaban los héroes por sí propios o se encomendaban a
sus dioses en sus banquetes; pero suponemos que sí, y dejamos la tarea a eruditos más desocupados.
Los brindis, son tan antiguos como el vino.
Principiaron por religiosos, y entonces se limitaban a libar, o sea a ponerse la copa en los labios y derramar después el licor sobre la mesa o sobre el suelo, para que
disfrutaran de él las divinidades ausentes. Mas bien pronto hubieron de advertir los comensales que era una lástima desperdiciar el vino, e interpolaron las libaciones
con los brindis, dedicando a los dioses la menor parte y bebiéndose la mayor de un solo trago.
Nótase en la historia de los brindis una tendencia a establecer la irresponsabilidad del bebedor. Siempre ha debido ser chocante que un hombre beba vasos de vino
por beberlos; pero desde que la bebida está impuesta por la galantería, y el bebedor apura la copa, obligado por la amistad o en nombre de la salud, no hay medio de resistirse.
Después de haber agotado los antiguos la fórmula de beber por los dioses inmortales y por la salud de los mortales presentes, se dio en beber por los amigos
ausentes, por las familias, por los compatriotas, por los extranjeros aliados; en suma, por los vivos y por los muertos. La materia, como se comprende, daba bastante de sí, y sobre todo, esta última parte de los muertos, era tan inagotable como las bodegas. Heredáronla de Roma los primitivos cristianos, quienes, no pudiendo beber en sus humildes refacciones ni por familia, ni por patria, ni por salud, pues todos ellos estaban condenados a muerte, brindaban primero por su religión y después por los mártires, costumbre que debió convertirse un tanto en abusiva, cuando la anatematizó San Ambrosio y la prohibió un Concilio.
Los Bárbaros que renegaron de todo y abolieron los usos y costumbres que les eran anteriores, no fueron crueles con los brindis, como con el resto de la civilización, y bebían también por vivos y por muertos, llevándose los tazones de mano en mano repletos de vino.
Porque lo que ha sido común en el brindis, desde la más remota antigúedad, es que la vasija del licor circule entre los comensales, posando todos sus labios en
ella. La mesa moderna es la que ha establecido brindar con copas separadas, si bien chocándolas entre sí para que aparezca esa sucesión, que, por lo visto, repugna nuestros pulcros estómagos. Aun hoy, en ciertos momentos del banquete, no faltan parejas que se obstinen en brindar y beber con un solo vaso.
Mas, a todo esto, no sabemos por qué se dice brindis.
Brindis es una palabra que no se parece en nada a la philotesia de los griegos, ni al propino de los romanos, ni al irinquis de la Edad Media, ni al toast de los tiempos actuales. Tampoco es palabra española, o por lo menos los sabios lingúistas españoles han huido de consignarla en sus catálogos etimológicos: pasaría por una voz de generación espontánea si no existiera entre los italianos con las mismas letras. Efectivamente, los italianos, que dicen brindisi o brindis, nos han prestado la palabra del deber ceremonioso, como con la voz orgía nos prestaron la palabra de la borrachera elegante.
Y es que se conoce que en España hemos comido y bebido siempre mal, o como si dijéramos, en forma lacayuna. Nuestra lengua, tan rica en zambras, bacanales,
jaranazos, francachela s y regodeos, tuvo que ir siempre a extraños idiomas para buscar la expresión de sus solaces distinguidos. En cuanto las gentes se reunieron por las noches para lucir sus galas, conversar con discreción u oir unas piezas de música, fue necesario ir a Francia por la palabra soirée; en cuanto poblaron unos salones en son de fiesta, aún cuando sin bailar ni cantar, fue menester ir a Inglaterra por la palabra rauhi; en cuanto comieron sin sentarse, importaron el buffet; en cuanto almorzaron sin manteles, el lunch; en cuanto se alborotaron con elegancia, la orgía; en cuanto bebieron con distinción, el brindis. Sólo una palabra española, sin uso ya, existe en nuestra lengua para sustituir el brindis: el carauz. ¿Qué significa esta palabra? ¿De dónde viene? Según nuestro diccionario, carauz es el acto de brindar apurando el vaso; pero como esa voz tiene semejanzas de sonido en casi todas las lenguas de Europa, parece que es la misma garaus alemana, de donde las otras se derivan, y que equivale a término o conclusión; es decir, a apurar, no a brindar ni ofrecer.
Brindar sí equivale en italiano a propinar u ofrecer. Es, por consiguiente, el propino de Roma el que adoptó la Italia; y aunque nosotros adoptamos también la voz para propinar medicinas o propinar azotes, y aun para galardonar los oficios de los sirvientes, gustónos más el trinquis de los flamencos cuando de beber con alborozo se trataba, que el propino de los romanos a cuando con buenas formas se nos requería. No hay pues, que lamentarse de que el toast nos haya venido de Inglaterra, porque el brindis nos ha venido de Italia, y sólo tendría verdadera
carta de naturaleza el vocablo si, al levantarnos a beber por la salud de alguien, en vez de decir brindo dijésemos propino; o sea per salutem alicui propinare, que es
lo que hacían nuestros abuelos los romanos.
Aquí conviene apuntar una idea de Voltaire, el cual, en su escepticismo por todas las cosas, le encuentra al brindis el absurdo de que sea beber a la salud de otro.
Hay, en efecto, algo de extraño en que uno se afane por la salud ajena, corriendo el peligro de perder la propia; pero como el brindis es siempre recíproco, yel
que bebe por la salud de alguien encuentra quien beba por la suya, resultará, al cabo, que los dos enferman o que los dos alcanzan la salud por las libaciones.
El brindis por la salud, como todo lo espontáneo, universal y constante, podrá ser más o menos lógico, pero nunca dejará de ser expresivo y tierno. En cuanto
el vino sacude las preocupaciones de la inteligencia y devuelve al alma su primitivo estado de sencillez, el primer impulso del bebedor es hacia la amistad, de la cual es la expresión más característica el deseo de la salud. Salud ha sido la primera palabra que el hombre ha dicho al encontrarse al hombre; salud ha sido la primera línea que el hombre ha escrito al escribir al hombre; saludes y saludos constituyen las seculares reglas de la cortesía y los signos perpetuos del amor: ¡qué mucho si al revelarse los íntimos sentimientos de un corazón alegre, acude a los labios el saludo como prenda de espontánea y cariñosa amistad!
Pero vengamos al asunto de los brindis modernos, que es el que reclama nuestra preferente atención.
Queda dicho antes, y nadie puede ponerlo en duda, que hoy se dan banquetes para brindar, o, por mejor . decir, que hoy, cuando se tiene que manifestar alguna
cosa grave, se guarde para un brindis. Increíble parece que en este siglo del razonamiento y de la crítica escojamos, para exponer opiniones de transcendencia, el instante en que, si no hemos perdido el juicio, nos hallamos a punto de perderlo.
Hoy la mesa es una reducción del casino, del parlamento, de la bolsa, del teatro de la sociedad. En la mesa se refieren los sucesos y murmuraciones del día; en la
mesa se preparan los discursos políticos o las intrigas contra el poder; en la mesa se ajustan y conciertan los negocios; en la mesa se cuentan los dramas terroríficos de los tribunales; en la mesa se exhibe el ingenio, se discretea, se ríe, se alborota; al calor de todo lo cual se come en demasía y se bebe con exceso, ocasionando una doble digestión de ideas y de manjares, que contribuyen a formar este nuestro ser contemporáneo, mísera mezcla de entre anémico y apoplético.
Después de ser plegaria a los dioses, homenaje a la patria, holocausto al amor, himno a la victoria, y en todas circunstancias un incentivo para animar el espíritu
del hombre, la época presente atrae los brindis al campo del razonamiento, y les hace servir en sus debates políticos y en sus batallas sociales y filosóficas, concediéndoles, no el lugar subalterno de otros días, sino importancia preferente sobre los manjares; todo lo cual conduce a que el brindis convertido en discurso y la mesa en tribuna constituyan una especie de parlamento libre, superior en ocasiones y de más eficacia que los parlamentos constitucionales. Ahora bien: el sistema representativo va para viejo. Así al menos lo anuncian los doctores de las escuelas avanzadas. Si ya no se predica de terminante mente su destrucción es porque los reformadores no encuentran a la mano otro sistema popular con que sustituirlo.
Pues bueno; presumamos un sufragio universal sin restricciones de ninguna especie, presumamos una cámara establecida en el gran comedor de un falansterio, donde el teléfono difunde las sesiones a domicilio para uso de los que no quepan en la mesa, y el fonógrafo los grabe en un diario de sesiones de hojas de cinc, para ser transportadas por el correo con entonación y todo; presumamos ... pero no hay que presumiro; recordemos la figura de ese agitador que con la copa en la mano subleva las naciones; de ese jefe de partido que hace vacilar los gobiernos a los postres de un banquete; de ese propagandista que formula sistemas y adquiere prosélitos para realizarlos al calor del tumulto de un festín y reconozcamos que se vislumbra un nuevo método de gobernar, en que la espada se trueque por la copa, y en que al firman de los tronos antiguos sustituya el brindis de la Mesa Moderna.
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2 comentarios:
(Llego aquí por sugerencia de Eudora.)
Me quedo con el brindis italiano, y qué mejor que este día así que Apicius: Centi Anni!!
Hola Cosino, el baron:
No serán un poco muchos?
Gracias por leerme y mis sinceros deseos que el próximo año sea venturoso para ti y tus seres queridos.
Saludos
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